El fútbol hoy: analítica y visualización de datos

Thumbnail

Tags: Batalla de Berna; Batalla de Santiago; Mundial 1954; Mundial 1962

Seguir a @golyfutbol

La historia de los mundiales está llena de goles, golazos, atajadas increíbles, partidos irrepetibles. Son múltiples las hazañas que todos queremos recordar. Pero hay excepciones. En particular hay dos partidos cuyo recuerdo es sólo violencia. El fútbol quedó en un segundo plano. La Batalla de Berna en el Mundial de Suiza 1954 y la _Batalla de Santiago_ en Chile 1962 pasaron a la historia por las expulsiones, las lesiones y la violencia dentro y fuera del rectángulo de juego.

La _Batalla de Berna_ correspondió al partido de cuartos de final del Mundial de Suiza entre Hungría y Brasil. Aquel 27 de junio de 1954 se enfrentaban dos grandes candidatos al título mundial. Brasil estrenaba uniforme. Tras la catástrofe del Maracanazo cuatro años antes ante Uruguay, se decidió cambiar el uniforme blanco por el hoy tradicional amarillo y azul con ribetes verdes. Al finalizar el partido los brasileros debieron darse cuenta que el problema no radicaba en el color de la camiseta. El problema era que Pelé apenas tenía 13 añitos.

Hungría era sin duda el mejor equipo del mundo. Llevaba invicta desde el 4 de junio de 1950.  Además de Puskas contaba con estrellas únicas en el firmamento futbolístico como Hidegkuti, Czibor y Kocsis además de cracks como el arquero Grosics o Boszik y Zakarias. Puskas, el mejor de todos, había sido lesionado en primera ronda por el carnicero alemán Liebrich. Pero aún sin Puskas el equipo dirigido por Gustav Sebes imponía el mismo respeto que impuso al mundo aplastar a Inglaterra 3-6 en Wembley apenas un año antes.

Brasil era también un gran equipo. No estaba ni Pelé ni Garrincha, pero ya contaba con tres jugadores que luego serían bicampeones del mundo: Nilton y Djalma Santos (para muchos el mejor lateral izquierdo y derecho de la historia respectivamente) y sobretodo Didi, el maestro de la Folha Seca.

Zezé Moreira, entrenador brasileño, lo advirtió a sus jugadores antes de saltar al campo: “Esta es la revancha del Maracaná, es la final del mundial”. Brasil, dice la leyenda, salió con los taches cortos algo que lamentarían desde mediados del primer tiempo cuando el campo comenzó a embarrarse por la fuerte lluvia. Hungría, como casi fue norma aquel torneo, ya ganaba 2-0 al minuto 7.  Pero Brasil jugaba su final. Apretó los dientes, presionó y tras sendas oportunidades perdidas por Didi y Brandaozinho logró descontar tras un penal cometido a Indio que ejecutó Djalma Santos a la derecha del portero.  Con el 2-1 Hungría apretó, pero Brasil tenía la manija del partido. Julinho lograba siempre superar la marca de Lantos pero el dominio no se concretó.

El juego, poco a poco se va poniendo brusco. En el minuto 38 Didi lesionó, quizás no deliberadamente, a Czibor. En el 42 J. Tóth debe salir lesionado aunque pudo regresar cojeando para el segundo tiempo. En el minuto 15, Pinheiro y Kocsis disputan un balón que termina en manos dentro del área de Indio. El penal lo marca Lantós. Brasil se recupera y tras disparos al poste de  Didi e Indio marca apenas cinco  minutos después.

Hungría, dicen los brasileños, hace demasiadas ‘faltas tácticas’. En el minuto 71 Boszik y Nilton Santos cambian el balón por los guantes de boxeo y son expulsados del terreno de juego. El partido se pudo empatar por intermedio de Juninho y Humberto pero no logran concretar. Humberto, además, es expulsado por agresión en el minuto 79 y ya terminando el cotejo, Kocsis marca el 4-2 definitivo.

Lo que sucedió después es una mezcla de historia y leyenda. Dicen unos que Puskas, que había visto el partido en el banco de suplentes, se acercó al banco brasileño y se burló de su entrenador. Zezé respondió con golpes que contó con la colaboración de Pinheiro para agredir al crack húngaro. Alguien (sería Puskas?) cogió una botella y le abrió la cabeza a Pinheiro. Nunca nadie sabrá si fue o no Puskas el agresor. No importa. Lo que quedó para la historia fue la reacción de los brasileños que se fueron en masa hacia el vestuario europeo. Los bombillos se rompieron, los guayos agredieron, las botellas volaron. Fue un ataque frontal, hombre a hombre. Una pelea en masa que se salió de control. La reacción de los suizos fue llamar por altavoz a todos los policías presentes en el estadio de Berna para que acudieran de urgencia a los vestuarios. Sólo así se consiguió apaciguar los ánimos.

Hungría seguiría demostrando ante Uruguay su poderío, con Boszik en el terreno de juego porque la normativa vigente no lo sancionaba para futuros partidos. Brasil, en cambio, regresó a casa con la cabeza gacha. Aún debía esperar cuatro años para tocar el cielo.

La Batalla de Santiago se describe perfectamente en la palabras del reportero de la BBC David Coleman antes de presentar el partido a sus televidentes. Los preparó como si de una película de adultos se tratara: “El juego que ustedes están por ver es la exhibición más estúpida, espantosa y vergonzosa de la historia del fútbol. Es la primera vez que Chile e Italia se enfrentan y, esperamos, que sea la última”.

La semilla de lo sucedido el 2 de junio de 1962 la plantaron antes de comenzar el mundial dos periodistas italianos, Antonio Ghirelli y Corrado Pizzinelli. La designación de Chile no había sentado bien entre los países europeos. Era, afirmaban ellos, demasiado lejos.

Ghirelli abonó el terreno en el Corriere della Sera : “Un campeonato del mundo a trece mil kilómetros de distancia es una auténtica locura. Chile es pequeño, es pobre, pero está orgulloso: se acordó de organizar esta edición de la Copa Jules Rimet, como Mussolini accedió a enviar nuestra fuerza aérea a bombardear Londres. La capital tiene setecientas camas. El teléfono no funciona. Los taxis son tan raros como los maridos fieles. Un cable para Europa cuesta un brazo y una pierna. Una carta tarda cinco días.”

Pizzinelli, que ni siquiera era periodista deportivo, continúa los ataques en _Il Resto del Carlino_ en un artículo titulado “Santiago, el confín del mundo: La infinita tristeza de la capital chilena”. Allí afirmó que “en vano los chilenos, como para consolar a los italianos, dicen que Santiago se parece a Turín”. “Ello”, proseguía el periodista, “tal vez para tratar de hacer olvidar la realidad de ésta capital, que es el símbolo triste de uno de los países subdesarrollados del mundo, afligido por todos los males posibles: la desnutrición, la prostitución, el analfabetismo, el alcoholismo, la pobreza. Todos estos males en Santiago de Chile están dolorosamente vivos”. Posteriormente en la Nación de Florencia afirmó que “Chile está al nivel de subdesarrollo de muchos países de Asia y África. Los habitantes de esos continentes no se han desarrollado, éstos se regresan”.

Las noticias que llegaban de Italia a Chile los tildaban de subdesarrollados y atrasados. Precisamente a ellos que, superando el terrible terremoto de 1960, habían logrado preparar un mundial de fútbol. Pero las noticias era ofensivas. Se insultaba a la mujer chilena, se las tildaba de prostitutas. Habían ido muy lejos los italianos. La prensa chilena recordó la pobreza del sur de Italia y acusó al fútbol transalpino de abuso de drogas, doping que diríamos hoy. Con buen criterio, tanto Pizzinelli como Ghirelli  abandonaron el país austral antes de que el mundial comenzará.

El partido era el segundo de primera ronda. Chile había derrotado a Suiza 3-1 e Italia, que nunca pierde con Alemania, empató a cero goles. La victoria significaba pues el paso a segunda ronda. Los italianos, conscientes del ambiente enardecido en el que jugarían, elogiaban a Chile los días previos y salieron al campo con claveles que lanzaron al publico antes de comenzar el partido ante la negativa de los jugadores chilenos de recibirlos. El público, cabe decir, estuvo presto a devolver los claveles al terreno de juego.

No ayudó tampoco que antes del primer minuto ya Giorgio Ferrini fuese apercibido por el arbitro. Menos contribuyó a la calma la agresión del argentino nacionalizado italiano Maschio a los 6 minutos de juego contra una de la estrellas locales: Leonel Sánchez. A los ocho, Honorino Landa cazó desde atrás a Ferrini quién devolvió inmediatamente el golpe y fue expulsado por el árbitro inglés. En la refriega posterior Sánchez, (hijo de un boxeador) rompió la nariz de Humberto Maschio.  El juego no se pudo reanudar hasta que se sacaron del terreno de juego a policías y fotógrafos.

A los 38 minutos, David realiza un falta sobre Leonel Sánchez, a quien comienza a patear en el suelo. El chileno se levanta y conecta un directo de izquierda. Es su segundo KO de la tarde. Ninguno, inexplicablemente, es expulsado por el árbitro. Apenas unos minutos después David busca justicia y lanza una patada voladora que deja inmediatamente en la lona a Sánchez. Es la segunda expulsión de Italia que debe enfrentar la segunda parte con 9 hombres.

La violencia es tal que otro nacionalizado, el brasileño José Altafini, intenta recordar a los chilenos que el también es sudamericano. Carlos “Pluto” Contreras no atiende a consideraciones: “¿Y por qué no estás jugando en Viña, huevón?”En Viña del Mar jugaba Brasil. Tras un segundo tiempo de similares características, pero sin más expulsados, Chile ganaría dos a cero el partido. Llegaría a ser tercero en el mundial, su mundial. La mejor ubicación de su historia. Italia regresaría a Europa, magullada y eliminada.

Se da la curiosa circunstancia que tanto en Berna como en Santiago el árbitro fue inglés. Arthur Ellis dirigió el partido en Suiza. Era un árbitro experimentado en Inglaterra que incluso en una ocasión había dirigido la final del Campeonato de Fútbol de las Prisiones Británicas. Allí el campeón tenía en su equipo a cuatro homicidas. Quizás por ello, por su experiencia, en Berna no hubo muertos.

En Santiago, en cambio, a Ken Aston el partido siempre lo superó. Quizás fuera por la cojera fruto de una lesión del tendón de Aquiles. Curioso que dirigiera como dirigió pues sólo arbitró ese partido porque los italianos habían recusado al español Gardeazabal. No confiaron en las capacidades del ibérico.

golyfutbol
comments powered by Disqus