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Hace mucho lo escribí. Para mí Messi es el segundo mejor jugador de la historia después de Pelé. Lo era cuando publiqué mi libro de “Números Redondos” por allá en 2014, y lo es ahora más cerca del retiro que de la gloria que lo catapultó al olimpo. Así que su ida tiene que afectar al Barcelona. ¿Pero qué tanto?
Muchas estrellas se han ido del Barcelona, muchas de mala manera: Cruyff, Maradona, Schuster, Romario, Ronaldo entre otros. Pero el único comparable en magnitud histórica a Messi es Kubala. La leyenda dice, parte mito, parte realidad, que el Camp Nou, el jardín de Messi, fue necesario construirlo porque la gente no cabía en el antiguo “Les Corts” para verlo a él, a Kubala.
Como potencialmente a Messi, una tragedia deportiva lo alejó definitivamente de la ciudad Condal. Fue la final de la Copa de Europa de 1961, ante el Benfica. En Barcelona la llaman la final de los palos. Kubala que jugó infiltrado por una hernia discal, llego a disparar un balón que tras rebotar en uno de los palos (cuadrados ellos), recorrió la línea de gol sin cruzarla, hasta golpear en el otro palo y salir repelido. Dicen en España que tras ese partido, que perdió el Barcelona 3-2, se decidió cambiar los palos cuadrados por unos redondos. Deportivamente Kubala estaba muy castigado y fue nombrado director de la escuela de fútbol. Rápidamente ascendió al primer equipo. No duró una temporada.
El Barcelona, que había ganado la liga de 1960 no la volvería a ganar hasta la llegada de Cruyff en 1974. Y he ahí el problema histórico de los blaugranas. Más que la ida de Messi, seguramente los matará la ineptitud de su dirigencia. Tras esa liga de Cruyff, el Barcelona no volvió a ganar una liga hasta 1985, esta vez de la mano de Schuster y con el simpático escocés de apellido Archibald ejerciendo de goleador. Entre medías habían desperdiciado ni más ni menos que a Maradona.
No fue hasta la llegada de Cruyff a fines de los ochenta que el Barcelona comenzó a ganar, eso sí, tras unos años sin mayores logros. Más allá de la evidente capacidad y visión táctica del holandés, su gran virtud fue utilizar su conocimiento del club para cerrarle la puerta a los dirigentes de cualquier intervención en el área deportiva. Así ganó cuatro ligas y la primera Copa de Europa del club. Pero tras el natural fin de ciclo, dicen que con Zidane en carpeta, lo echaron. Nunca tuvieron paciencia en los despachos del Camp Nou.
Tras ganar la liga del ’99, Luis Figo decidió irse por una cifra récord al Real Madrid. Desesperados, el hasta hoy peor presidente de la historia del Barça, Joan Gaspart, tiró la plata trayendo a Overmars y Petit. Lo mismo haría Bartomeu, el peor de todos, tras la venta de Neymar por una cifra también récord. Gastó descomunales cantidades de dinero en jugadores normales que a la fecha no triunfaron en el Nou Camp. Eso fue en 2015.
Desde entonces Messi no sólo ha tenido que luchar contra los rivales. También ha tenido que dedicar ingentes esfuerzos a regatear la incapacidad de los despachos para gerenciar una institución mucho más grande que los dirigentes que tiene. No. Si se va Messi no se acaba el Barça. Es una institución muy grande. Pero las historia nos dice que el desespero por satisfacer a “la masa social” los llevará a despilfarrar el dinero. Algo ganarán. Pero por unos buenos años no serán un equipo ganador.
Salvo que Koeman, autor del histórico gol que dio la primera Copa de Europa al Barça, y quien conoce muy bien el club por dentro, haga de Cruyff. Quizás por ello, los técnicos más exitosos del Barcelona hayan sido gente que conoce la casa. Sabios en la táctica, pero capaces de controlar el entorno. Uno Cruyff. El otro, Guardiola.