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“Chicho, Chicho; huevo, huevo”. De las colmadas tribunas de La Bombonera bajaban atronadores los gritos en honor al ‘Chicho’ Serna. Era orgullo del equipo por el ‘huevo’ que metía. Era y es el reflejo de la decadencia del fútbol argentino.
Tras la victoria de Argentina sobre Inglaterra en 1953 se acuñó (o al menos se popularizó) el término de ‘La Nuestra”. Un partido que, si bien Inglaterra (y la FIFA) no consideran oficial, en Argentina significo la demostración de la valía internacional de su fútbol. Aquel del famoso gol de Grillo.
‘La nuestra’ hacía referencia al estilo de ataque y gusto por el balón que caracterizó a Argentina durante toda la primera mitad del siglo XX. Atacar, tratar el balón con cariño era tan importante que se dieron situaciones como la vivida entre septiembre de 1936 y abril de 1938: ningún partido terminó 0-0. Pero el estilo del fútbol argentino no era sólo el gol. Era disfrutar el partido. Épico es aquel gol de Corbatta ante Chile en que se saca el portero y, ya sobre la línea, se devuelva para regatear a un defensa y otra vez al portero.
Sin embargo, Argentina, tristemente, se aisló del fútbol internacional. Entre las huelgas y el orgullo, no participaron en los mundiales de 1938, 1950 o 1954. Aún así seguían produciendo grandes jugadores. Ganaban suramericanos. Fue entonces, cuando se alistaron para demostrarle al mundo lo bello y espectacular de su fútbol que llegó la tragedia de Suecia 1958. Allí Alemania les empacó 3. Los alemanes jugaron sorprendidos al ver enfrente figuras obesas que más que correr, pretendían ganar a punta de técnica exclusivamente. Después, la debacle: Checoslovaquia 6 Argentina 1. Un equipo que salió al grito de campeón, recibió una lluvia de monedas al regresar.
Argentina se reconvirtió. Un poco lo que le pasó a Brasil tras la derrota antes Italia en 1982. Entendieron mal la superioridad europea. Había que correr, tener estado físico. La garra dio pasos a una violencia sin sentido en los años sesenta y setenta. Tal fue la pata que repartieron que los equipos europeos decidieron no jugar más la Copa Intercontinental.
Violencia o no, Argentina seguía produciendo grandes jugadores y grandes equipos. En los ’70 destacó el Huracán de Menotti que con un fútbol arte recuperó la esencia del fútbol argentino. Después Menotti diría que así ganó el Mundial del ’78 aunque pocos recordamos aquel como un equipo lírico. Pero tampoco era un equipo de leñadores. Jugaban al fútbol.
Vino después Maradona, la gota de fútbol que destacó en el rocoso y mañoso fútbol de Bilardo. Pero ya en los 80, y sobretodo en los 90 y en este siglo, el fútbol argentino tendía a primar el ‘huevo’ sobre la clase. Futbolistas de técnica rudimentaria, corredores, metedores, bravos, como el ‘Chicho’ Serna, se volvieron ídolos en los equipos más grandes en la tierra del otrora buen trato al balón.
Simultáneamente, poco a poco, las barras bravas se apoderaron de buena parte del negocio del fútbol. Para entender esa problemática recomiendo éste documental de hace unos años hecho por Canal + de España.
Se apiñaron peleas, broncas, muertos y así hasta que se llegó a echarle un gas que impidió jugar a los jugadores rivales. Lo sucedido en el partido Boca – River por Copa Libertadores es sentar las bases del fin del fútbol. Esta, no cabe duda, es hoy día una frase exagerada. Pero impedir que los actores, los que hacen posible el espectáculo, los que juegan al fútbol ejerzan su profesión raya en lo ridículo. Serán del equipo rival, pero un equipo sin rivales, sin grandes rivales, no tiene razón de existir.
Por ello duele la incapacidad de la Conmebol para sancionar lo ocurrido en La Bombonera. Expulsaron a Boca de la Copa Libertadores 2015, unos pocos partidos a puerta cerrada en próximas ediciones y una multa que raya en lo ridículo. El castigo es una manera de decir que en Sur América la violencia no se castiga.
El fútbol argentino necesitaba ayuda. Allá donde hablan de ‘superclásico’ un partido que se promociona en torno al huevo, la garra, el ‘hay que ganar como sea’ y las frases amenazantes (‘o pasa Boca o no pasa nadie’) ya no se menciona en ninguna parte el fútbol, la técnica y la estética. El partido giraba en torno a todo, menos a la redonda. Un contrasentido.
La cachetada que debía despertar al fútbol argentino de su ruina estética debía venir desde afuera. En ello la Conmebol debía ser parte fundamental. Por ello, muchos argentinos incluidos -cansados de la violencia- esperaban una sanción ejemplar. Se ansiaba poder argumentarle a los salvajes que la violencia tendría consecuencias. Pero Conmebol no pudo o no quiso. Se perdió una oportunidad. En Sur América se ha confundido la pasión con la violencia. La espiral hay que frenarla.
El cambio, pareciera, no llegará con estos dirigentes. Quizás habrá que comenzar a buscar una renovación en las más altas instancias del fútbol suramericano.