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Brasil perdió por primera vez un partido de eliminatorias camino a USA 94 en La Paz, Bolivia. Hubo atenuante. Fue en la altura, contra la mejor selección boliviana de todos los tiempos. Rumbo al Mundial 2026, en seis partidos, Brasil va quinto, ha perdido tres partidos, empatado uno, y únicamente pudo derrotar a Bolivia y Perú, penúltimo y último de la clasificación. Pero la razón de la debacle canarinha se fraguó hace décadas. Aquel verano de 1982, en España, en el hoy ya demolido estadio de Sarriá en Barcelona.
El Brasil del Mundial de España 82 era digno sucesor del gran equipo que había triunfado y deslumbrado al mundo en México 1970. El juego alegre y ofensivo se presentaba ante Italia tras cuatro victorias cuyo fútbol quedó para siempre grabado en la memoria de quienes tuvimos la fortuna de ver aquellos partidos. Tele Santana, como Zagallo en 1970, presentaba un medio campo de ensueño: Zico, Sócrates, Falcao, Toninho Cerezo. Tenía además unos laterales magistrales, Leandro, y Junior especialmente. Arriba un crack, Eder, y un tronco, Serginho. Careca, quien luego triunfaría al lado de Maradona en el Nápoles, estaba lesionado, y Santana nunca confió en Roberto Dinamita.
Pero Brasil perdió contra Italia, 2-3. Rossi despertó de su letargo, y aprovechando algunos fallos clamorosos de Serginho, Brasil incomprensiblemente se fue antes de tiempo a casa. Sin embargo, la belleza y estética del fútbol carioca fue tal, que Telé Santana repitió. El equipo que llevó a México no era individualmente el mismo del ’82. Más importante, Zico jugó lesionado. Falló un penal ante Francia en cuartos de final, y luego, otro fallo de Sócrates en la tanda de penales los mando a casa. En Brasil concluyeron que el fútbol arte no triunfa, lo hace la fuerza física del fútbol europeo.
Así que, en 1994 con Parreira como entrenador, y Dunga, un rocoso y nada elegante mediocampista, que ejerció como líder en el campo, el peor Brasil visto hasta la fecha, ganó por penales la final ante Italia. Pero Brasil siempre ha tenido grandes futbolistas. En 1994, Bebeto y sobre todo Romario fueron suficientes. Posteriormente una camada de genios obvió la poca estética de los entrenadores, y ganó el mundial de 2002: Ronaldiho, Ronaldo, Rivaldo, Roberto Carlos, Cafú. Ni siquiera un Parreira podría hacer que jugaran feo. Scolari los dirigió, pero aún siendo campeones, su potencial estético nunca fue explotado totalmente.
Ni a nivel de clubes, ni a nivel de selecciones ha vuelto a haber un equipo brasileño que enamore. Ahora son estudiosos del sistema. ¿Cuál sistema? Cualquiera menos el ofensivo con el que Telé Santana, dirigiendo a Sao Paulo, derrotó a Barcelona y Milan en sendas finales intercontinentales. El fútbol brasileño ha fallado en su estructura, entrenadores que buscan resultados, que los consiguen en ocasiones porque siguen brotando grandes futbolistas. Pero en cuanto la materia prima falla, o requiere de ajustes precisos, la selección decepciona. Diniz, campeón con Fluminense, tras colgarse de los palos ante un pobre Boca, dirige a Brasil supuestamente con sentido “guardiolista”. Brasil necesita revisar su historia, recuperar su idiosincrasia, jugar el fútbol que los llevó a ser lo que son, y olvidarse de seguir el espejo europeo (quienes, por cierto, España lo mostró, adoptaron un estilo más sudamericano). Quizás Guardiola podría ayudarlos, no Ancelotti. Brasil no necesita europeizarse más. Necesita un europeo que les recuerde lo buenos que pueden ser los sudamericanos.