Tags: Higuita; Vinicius Jr; Rodallega; Racismo; Fluminense; América de Río; Manteiga; Carlos Alberto
Recuerdo cuando Higuita, enfrentando a Millonarios, salía a El Campín vistiendo la verde del Nacional. Estadio lleno, pocos con su personalidad. Él salía de primero, corriendo, hacia un bote “volador” hacia adelante y terminaba levantando los brazos. Elástico y elegante como pocos, el estadio rugía en contra del loco. Los insultos de 30.000 mil hinchas llovían desde la tribuna. Higuita, no tengo el placer, parecía disfrutarlo. Recuerdo esto a raíz de los gritos racistas a Vinicius (Real Madrid). El brasileño no los acepta porque, efectivamente, son inaceptables. Sí, antes el mundo era otro, y lo que propone el madridista es dar el siguiente paso evolutivo.
En aquellos años noventa sería sorprendente que Higuita se quejara por los insultos que bajaban desde la tribuna. Aún así, el mundo era ya un mejor lugar que lo que había sido décadas atrás. Hace algo más de 100 años, había equipos de blancos, y equipos de negros. Y cuando se cruzaban las líneas, pasaban cosas, hoy inconcebibles.
El América de Río, iniciando el S. XX, era un club de blancos, pero diferente a otros como el Fluminense. Este era un equipo de la élite, que, tras el partido de cada fin de semana, reunía en una fiesta a buena parte de la élite carioca que compartía con los jugadores. Un mulato, o un negro, podía ser hincha del Flu y verlo desde la popular, donde compartían con blancos de bajos recursos. Como si fueran a misa, y buscando la aceptación de las élites, se distinguían de los hinchas de otros equipos vistiendo sus mejores prendas.
América, tuvo algo más de aceptación hacia los jugadores de raza negra. No sin problemas. Manteiga, estrella del América, fue un jugador negro que, si bien pudo jugar en el equipo, no recibía el apoyo de la hinchada por su color de piel. Algunos miembros del América, incluso, decidieron emigrar al Fluminense para no tener que compartir con Manteiga.
Pero el caso más llamativo fue el de Carlos Alberto, mulato y de clase alta quien jugó en el segundo equipo del América, donde pocos se percataron de su color de piel. Allí, disfrutó con el balón, y jamás se imaginó que necesitaba ser blanco para poder jugar en el primer equipo. Carlos Alberto, con otros jugadores (blancos ellos) del América, se fue a Fluminense, donde jugó en el primer equipo.
Al salir al campo, su preocupación era el saludo que harían a la tribuna principal, llena de caballeros y damas de la élite, quienes por supuesto esperaban futbolistas blancos. Para parecer blanco, optó por cubrir su piel de polvo de arroz que, por supuesto, a pocos engañaba, pero que lo hacía sentirse aceptado por una hinchada poco proclive, entonces, a los jugadores de color.
Hoy, la historia de Manteiga o Carlos Alberto es inaceptable. Lo de Vinicius, lo de Rodallega, lo de tantos otros tiene que ser inaceptable. El fútbol no es más que un reflejo de la sociedad. ¡Tenemos que evolucionar!