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FIFA, a través de su presidente Gianni Infantino, está por la labor de cambiar la esencia del Mundial de Fútbol. Hace un tiempo logró aprobar que en el Mundial de 2026, a disputarse en Norteamérica, participen 48 selecciones. Ahora, a propuesta de Arabia Saudita, busca que el Mundial se dispute cada dos años. Mala idea.
El Mundial de fútbol ha sido por casi cien años el pináculo del deporte mundial. Allí acuden los mejores exponentes del deporte rey en busca de la gloria. Gloria que llega porque el ganador debe derrotar a los más exigentes de los rivales. Con 48 naciones en liza, los grandes del mundo deben disputar un número no despreciable de partidos contra naciones menores. Es simple matemática. Si hay 211 naciones afiliadas a FIFA, simplemente no es cierto que casi uno de cada cuatro países tenga la calidad suficiente para disputar un mundial.
Aún cuando los mundiales eran con 16 equipos, hasta Argentina 1978, siempre hubo equipos menores cuya presencia estaba justificada en el esfuerzo por globalizar el fútbol. Así, se explica que Corea del Sur recibiera 16 goles en dos partidos de 1954, Zaire 14 en 1974 o si queremos exagerar, que Escocia, uno de los inventores del fútbol, nunca haya pasado de primera ronda en los ocho mundiales en los que participó.
En un mundo globalizado, 32 equipos, los que se disputaron el mundial de Rusia en 2018, parecen el número adecuado. En aras de la integración, inclusión y diversidad, la participación de pequeñas naciones como Panamá, se justifica. Aun así, en Rusia sólo avanzó a segunda ronda un país que no fuera latinoamericano o europeo. Los grandes partidos en primera ronda, con contadas excepciones, brillaron por su ausencia.
El Mundial de Fútbol, como los Juegos Olímpicos, ganaron su prestigio y mística en buena parte a que se glorifican por cuatrienios las acciones de los deportistas que allí participan. Los héroes están en la cumbre por cuatro años, tiempo suficiente para que sus acciones terminen mitificándose. Las palabras de Obdulio Varela al árbitro en la final de 1950 tras el gol de Brasil, la lluvia en la final de 1954, el fútbol brasileño del 1970 o las carreras de Maradona en 1986 se volvieron historia, no sólo del fútbol, sino de la sociedad, gracias a su especificidad.
Un mundial bienual tendrá tres efectos que terminará por minimizar, sino derrumbar el pedestal en el que está hoy día el fútbol. Primero, los partidos menores, con futbolistas carentes de calidad, esperables con 48 equipos, no se irán con facilidad del imaginario colectivo. Segundo, la negativa a tal escenario por parte de UEFA y Conmebol, las dos asociaciones regionales más importantes, abrirá las puertas a una guerra civil en la que sólo perderán los amantes del balón. Tercero, la altísima frecuencia (incluyendo eliminatorias), va a borrar la mística diferencial que caracteriza a un Mundial de Fútbol.
Por el bien del deporte rey, espero que recapaciten.