El fútbol hoy: analítica y visualización de datos

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Fuera Queiroz, el debate futbolístico gira en torno al próximo entrenador de la selección Colombia. Con ese desagradable tufo xenofóbico que la ola migratoria venezolana expuso en los colombianos, la discusión se centra, erróneamente, en su nacionalidad.

La gráfica, que ya he utilizado en el pasado en esta columna, utiliza algunas técnicas estadísticas para ilustrar la tendencia del desempeño histórico de la selección Colombia. Lo primero es notar que históricamente somos poquito. A lo largo de nuestra historia, el promedio de la diferencia de goles a favor y goles en contra por partido es de 0,07. Es decir, en promedio apenas empatamos.

Evolución diferencia de goles, selección Colombia

La intuición nos dice que nuestra suerte cambió a finales de los ochenta. Pero no tanto. El promedio al que hacíamos referencia es 0,4 si consideramos los partidos disputados desde 1987, cuando Colombia sembró la semilla de sus mejores años. Es decir, en promedio, tampoco alcanzamos a ganar un partido.

Desde 1938, Colombia ha anotado 1,29 goles por partido siendo dirigida por entrenadores extranjeros. Recibió 1,28. Las cifras con seleccionadores criollos son 1,23 y 1,13 respectivamente. En partidos oficiales, los extranjeros nos llevaron a anotar 1,14 goles en promedio. El balón infló nuestra valla 1,42 veces en promedio. En el caso de entrenadores colombianos las cifras son 1,22 y 1, 26. Si consideramos únicamente partidos de Mundial, las cifras son 1,91 y 1,5 para seleccionadores nacidos allende nuestra frontera, y 0,9 y 1,2 para compatriotas nuestros. Combinando eliminatorias y Mundial, resulta en 1,32 a favor con extranjeros y 1,28 goles en contra. Las cifras para los colombianos fueron 1,16 y 1,03.

Estas cifras las comparé estadísticamente para establecer si la diferencia entre extranjeros y nacionales es sistemática, tal que efectivamente un número es superior en sentido estadístico del otro. Únicamente el número de goles a favor en mundiales es estadísticamente favorable a entrenadores extranjeros frente a entrenadores nacionales. De resto, en esencia, es indiferente el origen del entrenador. La diferencia sistemática, evidentemente, es impulsada por los dos últimos mundiales, especialmente con la gran campaña de Brasil 2014, que se puede decir, se debió a que el entrenador (argentino él) logró conectar con una gran camada de jugadores en su pico de rendimiento. Sin embargo, a pesar de las emociones que nos despertó aquel mundial, la tendencia en el rendimiento venía decreciendo (ver gráfica), alcanzando un mínimo en el partido más importante.

Más allá de la simpleza del ejercicio, las cifras me llevan a plantear que la búsqueda de seleccionador no debe centrarse en su experiencia jugando mundiales, ni en su supuesto conocimiento del fútbol nacional. ¿Qué tan difícil es estudiar nuestro fútbol? Tampoco en su nacionalidad. Los Rueda o Suárez son entrenadores cuyo objetivo es “intentar” clasificar. Una vez dentro, la ambición es mínima. Requerimos un entrenador estudioso, que vaya más allá del verbo, que nos plantee objetivos ambiciosos. Yo apostaría por Pellegrini, en la cuerda floja en el Betis actual, o por Gallardo. Por pedir que no quede.

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