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Tomado de Tovar, Jorge. 2014. Numeros redondos. Editorial Grijalbo.
Maradona se hizo grande en Nápoles. Allí, junto a San Gennaro, es la máxima deidad. Pero la cúspide la alcanzó en México 1986. Marcó en el estadio Azteca, el mismo césped donde Pelé marcó su último gol en mundiales, el gol del siglo XX, el mejor en la historia de los mundiales. La FIFA lo oficializó con una encuesta en el 2002. Aquel gol fue la demostración de la capacidad para decidir un partido que un jugador único puede tener. No fue el primero que regateó a medio equipo contrario desde su propio campo, pero sí fue el primero y —junto al que marcó (quizás con algo de suerte e indudablemente con menos estilo) Saeed Al Owairan para Arabia Saudita en 1994— el único que lo ha hecho en la máxima instancia del fútbol mundial. Y lo hizo en cuartos de final, ante Inglaterra, los padres del fútbol. Con ese gol, como dijo Valdano, quien corría paralelo a Maradona durante la jugada, espectador de excepción, Maradona ya pudo sentarse en el mismo lugar de Pelé.
Maradona recibió en campo propio el balón de Enrique. No fue un gran pase. El Pelusa estaba marcado por dos ingleses. Recibió con la zurda al tiempo que giraba. Tres veces tocó el balón para arrancar rumbo a la gloria. Cinco toques después, tras trazar una línea recta por la derecha del campo, el “genio del fútbol mundial”, como lo tildó en directo el narrador uruguayo asentado en Argentina, Víctor Hugo Morales, arribó al borde del área grande de los ingleses.
Había regateado a cuatro jugadores. Se hacía inalcanzable para todos. En ese instante, quizás se acordó de una jugada similar contra Inglaterra en Wembley. Fue en 1980. Allí Maradona recogió el balón, también de espaldas al arco, pero ya en campo inglés. En un abrir y cerrar de ojos, se deshizo de cuatro ingleses, entró al área y enfrentó al arquero. En esa ocasión Diego optó por cruzar el balón suavemente con su pie izquierdo.Pero el balón se fue afuera, por milímetros. Cuenta Diego en su autobiografía que su hermano menor, Hugo, le dijo que debía haber amagado al centro y recortar hacia afuera.
No pensó en ello Maradona, ya al borde del área. Pero dice que algo se le debió haber quedado, pues hizo exactamente lo que su hermano Hugo le sugirió. Decidió enfrentar a Shilton, el legendario arquero inglés. Amagó al centro, insinuando ese disparó cruzado que años atrás había fallado. Pero sorprendió al portero saliendo por su derecha, y ante la presión de un defensa completó con la zurda un poema hecho gol. Fueron dos toques más. Diez toques en 10,6 segundos. ¡Genio!
Aquel día, no olvidemos, Maradona marcó otro gol para la historia. Era el primero. Fue con la mano. Pero siempre sentí, desde el mismo instante en que lo viví, que el segundo vale por dos. Quizás los ingleses no estén de acuerdo. Pero cuando se marca el mejor gol del siglo, se merece ganar. Argentina venció 2-1.
Maradona ganó aquel mundial. Ofreció al mundo otro par de golazos ante Bélgica en semifinales. Valdano, destilando ego, dijo alguna vez que el partido contra Inglaterra fue el peor de Argentina en aquel mundial. Ese, dijo, habría sido el único partido que no hubieran ganado sin el gran Diego. En los demás habrían tenido posibilidades. La realidad es que sin la grandeza de Maradona, Argentina jamás habría sido campeona del mundo.
Maradona jugó tres mundiales más. En 1982 había fracasado. Como Messi en Sudáfrica, llegó con 21 años a liderar la selección. Eran campeones del mundo y eso fue demasiado incluso para él. En Italia 90 alcanzó la final. No marcó goles en aquel mundial. Su desempeño no fue lo deslumbrante que fue en México. Pero su actuación en octavos de final, ante Brasil, fue decisiva para que Argentina continuara en ruta. Después, en 1994, fue sancionado por doping.
A nivel de clubes Maradona triunfó en el Nápoles de Italia. Allí logró un hito. Sacar a un equipo chico, un equipo del sur de Italia, campeón en dos ocasiones de la Serie A del Calcio. Su mérito radica en que en aquellos años, en los ochenta, Italia era el ombligo del fútbol mundial. Allí jugaban los mejores futbolistas del planeta. Su importancia y su grandeza la explica mejor uno de sus grandes rivales: Arrigo Sacchi. Buena parte de la culpa de que aquel Milan, como se anotó en la tabla 1, solo ganara una liga fue de Maradona. En una nota de El País de España de 1999, Sacchi dijo sobre el argentino: “Es el jugador más extraordinario que he visto en un campo de fútbol. Se olía en el vestuario. Nada imponía tanto a mis jugadores como la sensación de que al día siguiente verían ante sí a Diego Maradona”.
Maradona, sin embargo, no tuvo triunfos continentales de renombre. Ganó una Copa de la UEFA, entonces el tercer trofeo en importancia en el continente europeo. Pero no pudo con la Copa de Europa y por ende jamás se le vio jugar una Copa Intercontinental. Para desgracia de los amantes del fútbol, dedicó buena parte de sus mejores años a placeres más mundanos. Las consecuencias se resumen en lo sucedido en su primera participación en la Copa de Europa.
El 16 de septiembre de 1987 se enfrentaron en primera ronda de la Copa de Europa de Campeones de Liga el Real Madrid y el Nápoles. No solo era la primera vez que Maradona jugaba la máxima competición continental, también era la primera participación del equipo del sur de Italia. Debido a su escasa, si no nula historia continental, el Nápoles no fue cabeza de serie en el sorteo. La suerte quiso que se enfrentaran el campeón español y el campeón italiano.
El partido centró la atención del mundo futbolístico. Era el equipo más tradicional de la Copa de Europa contra el equipo del gran Maradona, aquel que había logrado romper el dominio de los poderosos cuadros del norte de Italia. El partido tenía además un componente adicional: debía jugarse a puerta cerrada, sin público.
El Real Madrid había sido sancionado por los incidentes de los “Ultras Sur” en el partido de semifinales de la Copa de Europa de la temporada anterior frente al Bayern Múnich. Si el partido de ida se recuerda por el pisotón en la cabeza de Juanito a Matthaus, el partido de vuelta trae a la memoria la barra de hierro que los ultras blancos lanzaron a Jean Marie Pfaff, el arquero belga al servicio del equipo bávaro. Tras de eliminado, al Madrid le cayó una sanción ejemplar: dos partidos a puerta cerrada. La sanción posteriormente se redujo a un partido a puerta cerrada y otro a jugar a un mínimo de 300 km de su estadio.
Así que ese primer partido de Maradona en Copa de Europa se jugó sin público: en total se contaron 499 asistentes en el recinto aquella noche. El Nápoles, cuentan las crónicas, salió a defenderse, y dejó a Maradona detrás de Giordano para intentar ganar el partido con su habilidad. Pero el abandono físico de Maradona era escandaloso. Genio, pero genio sin garra, genio sin fuerza. La imagen del partido fue aquella de Maradona persiguiendo a Chendo, el marcador derecho del Real Madrid. Lo que debió ser un baile de Maradona sobre Chendo terminó registrado como la noche en la que el gran Diego se vio obligado a ejercer de marcador de punta. El Madrid ganó la ida 2-0. El titular en Italia fue diciente: “Sin público y sin Maradona”.
El partido de vuelta comenzó bien para el Nápoles. Marcó pronto Francini tras fallar Buyo, el arquero blanco, en un remate relativamente sencillo de Careca. Pronto, sin embargo, empató Butragueño a pase de Hugo Sánchez. Pero Maradona nuevamente se ausentó en vida. Sin disciplina para entrenarse como debía, su aporte a la primera aventura del Nápoles en la máxima competición continental fue nulo.
Trece días después Maradona se recluyó en Merlano, una “clínica de reposo”. Allí el doctor que lo atendió acusó al Nápoles de inyectarle cortisona a Maradona, “no hace una semana o dos, sino hace tres años, por lo menos”. Maradona, ya entonces, desde su estadía en el F.C. Barcelona a comienzos de la década de los ochenta, tenía problemas con la droga. Pero en principio esta reclusión era simplemente para recuperar al crack física y anímicamente. No sería esta la última vez que Diego visitaría la clínica de reposo en Merlano. En agosto de 1989 se limitó a informarle al club que no jugaría el primer partido de liga porque no renunciaría a la “cura de reposo”. En aquella ocasión, el reposo tuvo efecto. Maradona volvería por la puerta grande. Llevó al Nápoles a ser campeón y con 16 goles fue el tercer máximo goleador del Calcio tras Van Basten (19) y Baggio (17).
Maradona se fue y volvió. Pero después de 1990 definitivamente ya no sería el mismo. Su grandeza se forjó en Nápoles, donde todo se le toleró. Él, consciente de su bajo estado físico, se preparaba concienzudamente para los mundiales. Para el mundial de México, por ejemplo, fue asistido de forma permanente por un preparador físico y un masajista que él personalmente había contratado. Era el personal de su confianza. Fernando Signorin, el preparador, lo ayudó a recuperarse tras la lesión sufrida ante el Athletic de Bilbao en 1983 cuando, todavía en el Barcelona, un salvaje, Andoni Goikoetxea, le rompió el tobillo con una entrada desde atrás en la mitad del campo. Fernando Signorin, el masajista del Nápoles, lo ayudó en aquel mundial con una hora de masajes en la mañana y otra en la tarde.
La preparación seria y concienzuda que hizo de cara a los mundiales no correspondió con el día a día de su carrera futbolística. Triunfó, no cabe duda, pero siempre quedará la duda de cuánto más pudo haber dado Diego Armando Maradona.