Tags: Boca Juniors; Carlos Bianchi; Despido de entrenadores; Juan Manuel Lillo; Millonarios
Alfredo Davicce, presidente de River Plate entre 1989 y 1997 afirmó con cierto dejo de sabiduría en alguna ocasión que “como presidente tengo la obligación de respaldar al entrenador hasta cinco minutos antes de echarlo”. Los entrenadores siempre deben estar con la maleta empacada. Ellos lo saben.
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Howard Wilkinson, a la fecha el último entrenador inglés que logró campeonar en Inglaterra, afirmó, como si hubiese conocido a Davicce, que “hay dos tipos de entrenadores: los que acaban de ser despedidos y los que están a punto de serlo” . Ellos, como dijo Lillo, cuya aventura en Millonarios terminó abruptamente, no tienen derecho a dudar.
A los entrenadores, nos dicen un par de investigadores europeos (en artículo recientemente publicado en el Journal of Sports Economics), los echan por los malos resultados . Suena casi tautológico, pero en realidad hay algunas conclusiones muy interesantes en este trabajo.
El estudio se basa en 1.213 despedidos forzados de entrenadores principales en las cuatro principales divisiones del fútbol inglés entre las temporadas 1949-50 y 2007-08. Exploran las razones de corto y largo plazo que puede explicar el despido de un entrenador. Revisando los resultados de las dos semanas previas encuentran que un mal desempeño aumenta la probabilidad de ser despido. Lo mismo sucede evaluando razones de largo plazo. Esto último lo miden revisando las posiciones que sube o cae el equipo desde que el entrenador está a cargo. A medida que cae posiciones, su probabilidad de ser despedido aumenta.
Lo anterior poca información da al aficionado al fútbol Eso, en esencia, es lo que todos lo hinchas ya sabemos. Lo que no sabíamos, al menos para el fútbol inglés, es que por cada año adicional que tenga un entrenador, su probabilidad de ser despedido aumenta en 0.39 puntos porcentuales. Tampoco sabíamos, pero quizás si intuíamos, que un entrenador de la cuarta división tiene 5.5 puntos porcentuales más de ser despedido que un entrenador de la primera división. Esto de alguna manera sugiere que a medida que un equipo gana seriedad institucional, menos movimiento tendrá del entrenador.
La experiencia del entrenador, medida como el número de años que ha entrenado en equipos ingleses parece relacionarse negativamente con la probabilidad de ser despedido. El resultado sin embargo no es concluyente, quizás porque el indicador sólo captura la experiencia obtenida en la liga inglesa, no la que pudiese haber tenido en otros lugares del mundo. Quizás, entre los años cincuenta y ochentas esta manera de medir experiencia es apropiada, pero desde luego no lo parece los últimos 15 a 20 años.
Otro resultado interesante es que el entrenador que fue jugador internacional con su selección tiene un mayor riesgo de ser despedido que aquel que no fue jugador internacional. Es decir, poner una cara famosa llena prensa el día de la presentación, pero no da al entrenador más seguridad laboral. En cambio, es más difícil echar a aquel que fue jugador del equipo que entrena. Un hombre de la casa tiende a ser menos probable que lo despidan.
Pero el resultado más interesante es aquel en el que encuentran que es mucho más fácil despedir a un entrenador en la actualidad que hace 10, 20 ó 40 años. Un entrenador en 2005, con igual desempeño, edad y experiencia que un entrenador en 1950, tenía mayor probabilidad de ser despedido. Es decir, con el tiempo, los nervios se han acrecentado. Quizás, como dicen los autores del estudio, por la competencia en la liga, o quizás, por la presión mediática que hoy día es muy superior a la de décadas anteriores.
Los nervios son notorios. Un entrenador en Inglaterra, durante el período considerado por los autores, dura en el cargo apenas 62.2 semanas, poco más de una temporada y media. En Colombia, mostré en los Números Redondos, un entrenador dura apenas 1,8 semestres, es decir de enero a más o menos la tercera semana de octubre. Los nervios, la impaciencia parece universal.
Pero, ¿para qué echar al entrenador? Millonarios, uno de los históricos de Colombia, despidió a Lillo tras fracasar en la Copa Suramericana, la Copa Postobon y ser incapaz de sostener al equipo en el grupo de los ocho mejores que disputarán el título de liga. Boca, hizo lo mismo con Bianchi, el hombre que los llevó a la gloria. Pero tras hacer 3 puntos de 12 posibles, y llegando de campañas muy pobres, el otrora Virrey, debió abandonar la dirección del histórico equipo del Barrio de La Boca.
Tras el despido, el amanecer de Millos y Boca fue diferente. Mientras el equipo argentino ganó a Vélez, Millonarios con una nómina raquítica, siguió perdiendo, esta vez frente al Atlético Huila.
¿Existe evidencia que sugiera que es bueno echar al entrenador en plena disputa por el título? No conozco un ejercicio para Argentina o Colombia pero, utilizando datos desde las temporadas 1972-73 a 1999-2000, si hay un estudio con datos para la liga inglesa. Los autores de ese estudio encuentran que si se despide a un entrenador mientras la temporada está en curso, los resultados empeoran durante los dos primeros partidos, no se empeora en los siguientes 3 a 10 partidos, pero se vuelve a empeorar entre el partido 11 y 16. En otras palabras. Se tarda unos 16 partidos (alrededor de 3 meses), en lograr que el nuevo entrenador logre estabilizar el equipo. Es decir, en promedio, cambiar de entrenador en la mitad de la temporada parece mala idea.
Estos, por supuesto, son resultados promedios. El presidente o propietario del equipo cambia de entrenador con frecuencia en la mitad del torneo porque considera que se puede salir del promedio. Alguno, sin duda, lo logrará. Pero “alguno”, son pocos. La mayoría sigue la tendencia (que por ello es tendencia) y terminará perjudicando el desempeño del equipo. Es un problema mediático. En realidad, echar a un entrenador en la mitad de la campaña, más que ser indicativo de la decisión del presidente o propietario de turno de ajustar el equipo, es la revelación implícita de que la tarea se hizo mal antes de comenzar la temporada. O no se trajeron los jugadores requeridos, o el entrenador no podía con ellos (deportiva o administrativamente).
En el caso de Millonarios, la respuesta parece sencilla. La base sigue siendo el equipo que ganó la estrella 14. Una estrella que se ganó con justicia, pero que se consiguió con las uñas. Aquel logro debió entenderse como un primer paso para renovar el plantel poco a poco, con tranquilidad pero con firmeza. Pero entusiasmados en los grandes nombres para la delantera, nunca se pudo renovar el arco, la defensa o el medio campo. La renovación, triste para los hinchas azules, llegará a las patadas. Porque toca. Echaron a Lillo. Pero no se imagina uno como Guardiola o Mourinho lograrían levantar un equipo futbolísticamente tan pobre. Y es “difícil” que llegue Guardiola o Mourinho.