Tags: Juan Manuel Lillo; Millonarios; Pep Guardiola; Precisión en el pase
No muchos recuerdan que en las elecciones a la presidencia del Barça del 2003, el candidato Bassat tenía como director deportivo de su proyecto a Guardiola. Cuenta la biografía de Pep Guardiola que éste planeaba formar un equipo con jugadores como Harry Kewell del Liverpool, Emerson de la Roma y el colombiano Iván Ramiro Córdoba, del Inter de Milan. El entrenador predilecto de Pep era Ronald Koeman, entonces en el Ajax. La alternativa, si no era posible sonsacar al holandés de Ámsterdam, era Juan Manuel Lillo.
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Infortunadamente para Iván Ramiro, y para Lillo, Laporta ganó las elecciones. Guardiola se fue a jugar a Catar y luego, en 2005, fichó por los Dorados de Sinaloa, equipo mexicano. Allí, nos recuerda la biografía agradablemente escrita por Balagué, fue entrenado por Lillo con quien “aprendió un nuevo concepto de fútbol”.
En México, Lillo y Guardiola fueron mucho más que entrenador y jugador, más que jefe y empleado. Hablaban de fútbol “tras la cena, con una copa de vino, Pep y Lillo podían estar hasta el amanecer discutiendo sobre lo que se había hecho ese día”. Salvo con Cruyff, dice la historia del gran Pep, nunca habló tanto de fútbol con nadie como con Lillo. Pep, dice Balagué, “cree que Lillo es uno de los técnicos mejor preparados del mundo y un líder en su especialidad, con una clara visión de la profesión, con una extraordinaria capacidad para explicarla”. Pero, como sabemos todos, “la élite del fútbol no ha sido especialmente generosa con él al no reconocer su talento”.
Los críticos de Lillo, por el contrario, lo acusan de exagerar con el verbo y de haber descendido a demasiados equipos. Lillo argumenta que nunca descendió y, en estricto rigor es cierto pues nunca estuvo en el barco al momento de hundirse. Pero también es cierto que nunca tuvo la oportunidad de dirigir un equipo grande, con solera y con historia. Nunca hasta que llegó a Colombia. Millonarios, al menos a nivel local, es un equipo importante, muchos hinchas, mucha prensa, mucho ruido. Lillo, quizás, está ante su última oportunidad de que la “élite del fútbol” le reconozca su talento.
Es en este contexto que llega Lillo a Millonarios. Un entrenador recomendado por uno de los mejores, sino el mejor del mundo, y un equipo que quiere dar un vuelco a su estructura deportiva. Pero en el fútbol no hay varitas mágicas. Así que transcurrido la mitad del torneo, Millonarios bordea la mitad de tabla con una curiosa particularidad: gana a los mejores del torneo pero pierde o es incapaz de batir a aquellos que a priori son inferiores. Así derrotó a Nacional (el campeón doméstico en Colombia de todo en 2013) y dos veces a Santa Fe (proclamado a primero de marzo de 2014 el octavo mejor equipo del mundo por la IFFHS).
Recordando los conceptos que charló con Guardiola, Lillo intenta implementar un esquema similar al que tanto éxito le ha dado al catalán. Por supuesto los insumos no son los mismos, pero tampoco los rivales. Así que guardando las debidas proporciones, los partidos donde Millos se embotella recuerdan la incapacidad del gran Barça de Guardiola de romper las murallas defensivas del Inter o del Chelsea en pasadas ediciones de la Champions League. Los números corroboran lo visto en el campo. Pero también ayudan a explicar lo sucedido.
Cabe anotar primero lo obvio. La transición del éxito al fracaso se debe en buena parte al poco ortodoxo sistema de rotaciones que ha impuesto Lillo. Cambia a más de medio equipo de un partido a otro. Alguna razón tendrá. Sin embargo, los profanos en el tema poco lo entendemos.
Comparemos los partidos victoriosos de Millonarios con aquellos donde el fútbol ha escaseado. Es decir, vamos a revisar el desempeño de los jugadores en los partidos que ganó frente a Envigado de visitante, y frente a Nacional, y Santa Fe (2 veces) con los demás partidos donde el resultado ha sido derrota o agónico empate. Utilizando datos de Opta, se observa que cuando Millos gana, la posesión del balón ha sido del 49,4%. Sensiblemente inferior al 63,6% de posesión cuando pierde. Es decir, esos decepcionantes partidos frente a Huila y Equidad por ejemplo, son paseos del balón de lado a lado con escaso resultado. Los datos reflejan un equipo echado atrás, y uno con balón, mirando al meta rival, pero con poca capacidad de atacar efectivamente el arco.
Además, a lo largo del partido, mientras el azul se descompone, el rival se compone. Así, la posesión en el primer tiempo en los partidos exitosos es de 53,2%, cifra inferior, pero no demasiado, a la de los demás partidos: 60%. A medida que Millos ataca sin poder romper el arco rival, la situación se pone extrema: la posesión en el segundo tiempo es del 46% en los partidos exitosos y, ojo al dato, 68,4% en los demás partidos. Millos, en los partidos que ganó, marcó 1.5 goles en el primer tiempo. La cifra es de apenas 0.4 en los demás. El desconcierto y nerviosismo, se propagan de tal manera que de centrar 14 veces por partido cuando gana, centra en promedio 24 veces cuando no gana.
Todo esto sin, curiosamente, perder mucha precisión. La siguiente tabla compara diferentes indicadores del desempeño de Millonarios entre los partidos que ganó y los que no ganó.
Las diferencias observables son de lo más curiosas aunque en armonía con lo ya anotado. En los partidos que no gana, Millos se dedica a tocar el balón (35,8 pases por jugador por partido vs. 25,8), pero pareciera hacerlo en zona segura pues la precisión también sube (30,4 pases acertados por jugador por partido vs. 20,8). La defensa del contrario, generalmente cerca a su área implica que los pases en campo contrario suben (19,06 pases por jugador por partido vs. 12,2) y el porcentaje de acierto en campo contrario se incrementa (76,4% vs. 65,5%). Pero el desespero lleva que, aunque el número de disparos por jugador por partido es similar, los disparos desviados aumenten (0,56 vs. 0,26). Es decir, la productividad frente al arco disminuye notablemente.
El desempeño de Millos depende, por tanto, mucho de la actitud del rival. Es algo que se intuía sin necesidad de revisar los datos. Un equipo cerrado atrás termina por volverse un obstáculo infranqueable para el equipo de Lillo.
Claro que, como ya anotamos, la gran diferencia está en que la calidad del equipo titular es superior a la del equipo suplente. Consideremos el equipo titular, aquellos que han jugado más minutos en las primeras nueves jornadas del campeonato. Comparativamente las diferencias saltan a la vista:
El indicador elegido es el mismo que se utilizó para evaluar “el susto de jugar de visitante” en la Liga Inglesa: pases acertados por pase errado. Scholes, recordemos, acertaba 11 pases por cada uno que erraba. En Millonarios sólo un jugador, quien además es del equipo suplente supera es valor: Jefferson Herrera. Claro que a diferencia de Scholes, Herrera apenas jugó 146 minutos, poco más de partido y medio.
El líder en este rubro del equipo titular es Omar Vásquez. Eso explicaría en parte la predilección que Lillo ha mostrado por este jugador. Elkin Blanco del equipo de ‘suplentes’ y Rafael Robayo del equipo ‘titular’ disputan honores pues ambos superan ligeramente los 7 pases acertados por cada pase errado. A partir de ahí la superioridad del equipo ‘titular’ se manifiesta cada vez con mayor claridad. Mayer Candelo, el motor del equipo, acierta 4,8 pases por cada pase errado. El bajo valor de Dayro, 3,48, no debe sorprender. En el caso de la liga inglesa, Didier Drogba estaba también entre los menos acertados. El objetivo es marcar goles, ese es su indicador de desempeño.
Lo apuntaba arriba. Los profanos no entendemos la lógica de Lillo de jugar con un equipo B determinados partidos. No sólo los resultados le quitan la razón. La evidencia estadística sugiere que su calidad, efectivamente, es inferior. Si el objetivo era amoldar el equipo, hacer amigos, crear camaradería, quizás el objetivo esté cumplido. Pero si el objetivo es clasificar a las finales, quizás haya que sacrificar algo de camaradería.
Millonarios en los últimos años ha tenido el mérito de mirar más allá de lo obvio en el proceso de reclutamiento de nuevos entrenadores. Trajo a Páez, a Osorio y ahora a Lillo. Páez era un entrenador reconocido en el área latinoamericana, pero Osorio fue una sorpresa total. Hoy disfrutan de sus éxitos los hinchas del Atlético Nacional. A Lillo hay que darle tiempo y, seguramente se le dará. Pero quizás ayudaría que ilustrase mejor a los nativos colombianos cuál es el objetivo de tan curiosas rotaciones.