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La eliminación de España en el torneo olímpico de fútbol trajo consigo un debate inesperado. Impulsados por los desprevenidos comentarios de algunos deportistas de la propia delegación española, se cuestionó la presencia del fútbol en los Juegos Olímpicos. El argumento central era que al no venir los mejores era preferible que no viniera ninguno.
Hace unas semanas hablando sobre la historia del fútbol olímpico detallamos que hoy por hoy es esencialmente un campeonato mundial Sub-23 con el refuerzo de tres mayores. Como también anotamos aquí, la elección de los tres refuerzos pueden marcar la frontera entre el éxito y el fracaso. Pretender que a los olímpicos vayan los mejores es casi una utopía. Por una parte, deportivamente no es posible que las mejores selecciones del planeta compitan por un mundial de fútbol cada dos años. Eso acabaría con los torneos regionales (Eurocopa, Copa América y demás) pues no habría apenas espacio en el calendario para organizarlas. Por otra parte, la razón más poderosa es que la FIFA no va a compartir el inmenso negocio que es organizar un Mundial de Fútbol.
Pero implica esto que el fútbol debe irse? Desde la perspectiva de los Olímpicos, donde se congregan deportistas de todas las disciplinas y países para competir por la gloría olímpica, el fútbol debe estar presente. Es el deporte más practicado del planeta y como tal debe estar presente. Además, dada la edad de los jugadores, en el torneo están presentes, no sólo futuras estrellas, sino realidades como hoy lo es Neymar o hace cuatro años Messi.
En realidad el debate se origina en la frustración que produce en otros deportes minoritarios la incapacidad de conseguir recursos suficientes para poder ejercer la práctica deportiva en condiciones adecuadas. En una economía en crisis como la actual, el poco dinero que hay para el deporte, particularmente el de origen privado, se va para el que genere mayor rentabilidad. Y este, por supuesto es el fútbol.
En Colombia hay un debate, de fondo, similar. Por primera vez en la historia llega el país a 6 medallas en unos juegos olímpicos, 3 de plata, 3 de bronce, todas en deportes individuales. En medio de las celebraciones surgen las historias de heroicos deportistas campeones a pesar de las limitaciones. Casi todos de origen humilde han tocado la gloria en Londres. Casi inmediatamente surgen voces oportunistas clamando contra el fútbol. Por qué, se preguntan, gastamos en el fútbol, si las alegrías nos la dan otros deportes.
Todo esto es de mentalidad cortoplacista. El caso español es simple frustración de algunos que buscan culpas en el ‘Tío Rico’. En el caso colombiano se olvidan que estas celebraciones son cada cuatro años. Y que si bien el fútbol colombiano no gana con la frecuencia que se quisiera, las alegrías que genera se incrustan de manera más profunda que cualquier medalla que a la fecha se haya obtenido. Lo efímero de la celebración olímpica no opaca la celebración por la obtención de la Copa América hace ya más de una década, la Copa Libertadores de Nacional u Once Caldas o las ya lejanas clasificaciones a mundiales de fútbol. Incluso, a nivel regional, como comparar la magnifica presentación colombiana en los juegos olímpicos con la alegría que supuso para la afición del Medellín obtener una liga después de más de cuatro décadas o para la de Santa Fe después de más de tres?
Hay que apoyar esos deportes que dan gloria olímpica. Incluso debería potenciarse desde los estamentos oficiales. Pero la celebración olímpica no tiene que venir acompañada de ridículos ataques al fútbol simplemente porque no se es potencia mundial. El deporte está para generar alegría y, hoy por hoy, el único que genera esa alegría semanal es el fútbol.