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En una entrada anterior damos evidencia a favor de que el formato del torneo colombiano está enviando a Copa Libertadores a equipos que no son los mejores del país. El problema no se limita solo a quién clasifica a estos torneos internacionales, sino que se extiende a quién se corona campeón. Los cuadrangulares finales, que determinan al campeón de cada semestre, están diseñados de tal manera que favorecen a los equipos más débiles y castigan a los más fuertes. Esto no solo afecta la calidad del fútbol que vemos, sino que perpetúa un ciclo donde hay pocos incentivos para que los equipos inviertan en mejorar.
Para justificar nuestras conclusiones, utilizamos el ranking Opta de los ocho equipos que clasificaron a los cuadrangulares finales del Torneo Apertura 2024. A partir de este ranking, estimamos un modelo logit multinomial que nos permite calcular la probabilidad de que cada equipo gane un partido contra cualquier otro. Con estas probabilidades, realizamos 10.000 simulaciones para cada uno de los dos escenarios del torneo: el formato actual de cuadrangulares seguido de una final, y un formato alternativo donde los mismos ocho equipos juegan una liguilla de todos contra todos. Al simular cada torneo esta cantidad de veces, calculamos la probabilidad de que cada equipo sea campeón en los distintos formatos, basándonos en la frecuencia con la que un equipo resulta ganador en esas simulaciones.
Comparado con la liguilla, en el formato actual los mejores equipos tienen menor probabilidad de quedar campeones, a costa de que los peores equipos aumenten dicha probabilidad. Por ejemplo, Atlético Nacional, el mejor equipo colombiano según el ranking Opta, tiene apenas 21,8% de probabilidades de ganar el torneo. En contraste, si los mismos ocho equipos jugaran una liguilla, Nacional tendría 26,3% de probabilidades de quedar campeón; en otras palabras, el formato de cuadrangulares disminuye la probabilidad de que Nacional sea campeón en 4,5 puntos porcentuales.
La diferencia es aún más marcada para los equipos más débiles: Independiente Santa Fe, que es el peor equipo entre los clasificados según el ranking Opta, tiene solo 3,4% de probabilidades de ganar una liguilla, pero 12,0% de probabilidades de clasificar a la final en el formato actual y una probabilidad promedio del 42% de ganar una hipotética final, lo que incrementa su probabilidad de ser campeón en 1,7 puntos porcentuales, hasta un 5,1%. La siguiente gráfica muestra el cambio en la probabilidad de ser campeón para cada uno de los equipos, resaltando que beneficia a aquellos de menor nivel y perjudica a los mejores, de acuerdo con la clasificación del ranking de Opta.

Esta distorsión no es casualidad. Los cuadrangulares finales introducen un elemento de azar que beneficia a los equipos menos consistentes. En una liguilla, la calidad se impone a lo largo de múltiples partidos: un equipo superior tiene más oportunidades de demostrar su superioridad. En cambio, los cuadrangulares permiten que un equipo mediocre tenga una buena racha de tres o cuatro partidos y se corone campeón, incluso si durante todo el resto del año su desempeño fue inferior.
Este problema se agrava cuando consideramos que el campeón de cada semestre obtiene un cupo directo a Copa Libertadores. Como argumentamos anteriormente, esto significa que Colombia está enviando sistemáticamente equipos subóptimos a la competencia continental más importante. Pero el daño va más allá de la representación internacional: cuando el formato del torneo no premia consistentemente a los mejores equipos, se desincentiva la inversión en calidad.
¿Por qué un equipo invertiría en mejores jugadores, mejor infraestructura o mejor cuerpo técnico si sabe que un rival inferior puede ganarle el título con una buena racha de cuatro partidos? Esta pregunta no es retórica. Los equipos toman decisiones de inversión basándose en los incentivos que genera el formato del torneo. Si el formato favorece la suerte sobre la calidad, los equipos racionalmente invertirán menos en calidad.
Algunos argumentarán que los cuadrangulares generan más emoción porque cualquier equipo puede ganar. Pero esta “emoción” tiene un costo: está degradando la calidad del fútbol colombiano. Cuando priorizamos el espectáculo sobre la meritocracia, terminamos con equipos menos competitivos a nivel internacional y menos inversión en calidad a nivel local.
Adicionalmente, no es evidente que un torneo como el colombiano genere más emoción que un torneo con un formato que incentive a que los mejores equipos tengan mayor probabilidad de ganar. En la última fecha de la primera ronda del torneo colombiano solo hacía falta saber el nombre del último equipo clasificado. No se jugaba nada más. Estando clasificado a los cuadrangulares con anterioridad, el mejor equipo del torneo, Atlético Nacional, jugó a media máquina las últimas fechas. Al fin y al cabo, clasificar de tercero o de octavo no cambia nada. En cambio, en la última fecha de la liga inglesa, cuyo campeón se conocía con fechas de antelación, varios equipos se esforzaron al máximo para lograr clasificación a torneos internacionales.
Si implementar un torneo tipo liga completo resulta demasiado costoso, una solución intermedia más viable sería reemplazar los cuadrangulares con una liguilla, manteniendo incluso la emoción de una final entre los dos mejores equipos de esta fase. Esta alternativa no exige cambios drásticos y, al mismo tiempo, preserva la emoción de una fase final, garantizando que el mejor equipo tenga mayores probabilidades de ser campeón. Para ser más específicos con esta propuesta y abordar la posible extensión del número de partidos, si se realizan dos torneos al año, la liguilla podría limitarse a los cuatro primeros equipos clasificados, lo que mantendría un calendario manejable. Sin embargo, si se prefiere incluir a los ocho equipos en la liguilla, sería más apropiado implementarla dentro de un formato de torneo anual único y más largo. En cualquiera de estos casos, consideramos que el formato utilizado en Bélgica para sus liguillas sería mejor que el formato actual, donde los equipos inician la fase con la mitad de los puntos obtenidos en la fase de todos contra todos, redondeados hacia arriba; esto es incluso más equitativo que el “punto invisible” y asegura una mayor continuidad y justicia deportiva.