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El Real Madrid es una de las instituciones deportivas más poderosas del planeta. Florentino Pérez, su presidente, pretende elevar a nivel de imperio el estatus del club blanco de Chamartín. Pero como a todo emperador, la soberbia lo traiciona.
En su primera etapa, Florentino diseñó un equipo que cada año traía al mejor futbolista disponible. Aunque ganaron una Copa de Europa, en general, dado los nombres, los éxitos no se correspondieron. Abrumado por tanto gallo en el gallinero renunció en 2006.
En 2009 volvió, más fuerte, y con la lección aprendida. El Madrid no podía girar en torno a sus estrellas. Debía girar en torno al club mismo. Y el club es él. El Madrid ha sido históricamente de los socios. La presidencia era asequible. No es así desde el 2012 cuando, cual populista latinoamericano, cambió los estatutos a su favor.
Además de ser socio 20 años, se exige ahora un patrimonio personal del 15% del presupuesto del club. Con casi €1.000 millones de presupuesto, la presidencia está al alcance de un puñado de socios que Florentino controla. La democracia en el Real Madrid se evaporó hace más de una década.
Con el poder del club más exitoso del S. XX asegurado, Florentino pasó a la siguiente fase. El Madrid no es un participante más, tiene que ser el organizador, el dueño de la pelota que decíamos cuando niños. Así que retomó una idea de Silvio Berlusconi (quien por cierto la intentó plasmar de la mano del Real Madrid), por allá en los años ochenta: que el torneo continental de clubes debían organizarlo y mercadearlo los mismos clubes. La Supercopa por ahora está en remojo, entre otras porque no contaron con que en Inglaterra y Alemania los hinchas siguen pesando mucho, y en Paris la estrategia política era otra.
El Madrid es actualmente el pequeño emperador de un imperio que se imaginan, donde la UEFA y la FIFA son reminiscencias de un pasado oscuro que, si bien los llevó a la gloria, les impide ejercer plenos poderes. En el día a día, el Balón de Oro es central.
El Madrid mercadea y exige el trofeo para uno de sus futbolistas. El elegido, Vinicius, a pesar de su mediocre Copa América, ganó liga y Champions. Pero el balón de oro se basa en tres criterios que votan 100 periodistas de 100 país elegidos hace años por France Football: actuación individual, títulos colectivos y juego limpio. Aceptable que Vinicius gané a Rodrí (líder del campeón de la Eurocopa) en el primer criterio, empatan en el segundo, pero el español le da sopa y seco a Vinicius en el tercero.
El Madrid, actuó como emperador traicionado cancelando a última hora su presencia en la entrega de los premios. Una institución, históricamente señorial, optó por el pataleo, natural en los emperadores, pero impropio de su leyenda. Su poder es tal, que España apenas celebró una distinción que no obtenían hace 64 años. Triste.