Tags: Ultras; Estadio Heysel 1985; El Campín
Recuerdo aquella tarde de primavera de 1985. Entonces vivía en España y llegando de algún lugar, cuyo nombre no recuerdo, entre emocionado a prender el televisor, presto a gozar de la final de la Copa de Europa. En Heysel jugaban la Juventus de Michel Platini, y el Liverpool de Kenny Dalglish. Lo que vi en la pantalla me horrorizó. Está semana, El Campín estuvo cerca de una tragedia similar.
La narración sobre los hechos era confusa. Los ultras de la Juve salían a la pista atlética (en el fondo opuesto a los hechos) con una pancarta gigante que decía Reds Animals. Nunca nadie, ni ellos, se imaginarían la trascendencia de esas palabras. Como tantas veces, la tragedia se sembró días atrás.
La UEFA había repartido las entradas tal que los 25.000 hinchas de la Juve estuvieran a un lado del estadio y los 25.000 del Liverpool al otro. En los fondos, como siempre, los ultras de cada equipo, barra brava le dicen los argentinos. Una de las secciones contigua a los ultras del Liverpool estaba reservada para hinchas belgas, neutrales. Pero en su afán por ver a la Vecchia Signora, no pocos belgas facilitaron las entradas a hinchas italianos. En esa sección había familias, hinchas del fútbol, italianos y de otras nacionalidades que querían disfrutar el maravilloso espectáculo que es el fútbol.
Los hooligans, muchos borrachos, comenzaron a lanzar objetos a los vecinos, mayoritariamente seguidores de la Juve. Estos comenzaron a desplazarse en masa hacia el lado opuesto al tiempo que los rojos saltaban la valla que los separaba. En el desespero por huir, la masa humana se encontró con un muro que eventualmente cedió. Muerte en el estadio.
Mientras tanto, los ultras de la Juve, en el otro fondo, saltaron al campo, más que a defender a los suyos, a atacar a los rojos. La policía pudo frenarlos y evitó más sangre. Treinta y nueve muertos y seiscientos heridos ya era suficiente.
La historia, afortunadamente sin muertos, es casi un calco de lo que sucedió en El Campín en el partido entre Santa Fe y Nacional. Algún burócrata que desconoce la historia no tuvo más ocurrencia que situar a las familias de Santa Fe en una tribuna aledaña a las barras bravas del Nacional. Afortunadamente no hubo muro, y la mayoría pudo escapar. Al tiempo, las barras bravas de Santa Fe, al extremo opuesto, cruzaron en aras de defender a los suyos. Lo hicieron como lo hacen estos grupos, agrediendo, no ayudando.
El Campín de Bogotá se salvó de un desastre de magnitudes históricas. Heysel tuvo muchas consecuencias, entre otras, reconocer la inutilidad de los ultras. En Colombia, tras una semana de debate y medidas a medias, nadie plantea la obvio. Hay que acabar con las barras bravas. Sobran en el fútbol. El cómo ya está inventado. Lo sé yo, lo sabemos muchos. Quien las quiere acabar sólo debe tomar el manual. Hay es que querer. De momento, no quieren.