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Mientras el mundo se sorprende con Ansu Fati, el jovencísimo crack del FC Barcelona por sus escasos 16 años, en Colombia celebramos la aparición de Linda Caicedo. La joven de 14 años del América de Cali fue goleadora de la Primera División del fútbol femenino en Colombia. Otro motivo de orgullo para el deporte colombiano en este glorioso 2019. Pero estuvo tres meses sin asistir al colegio. Inaceptable.
Leyendo sobre la joven perla me encontré con tristeza una nota que decía, entre líneas de elogio, que “no acude [al colegio] hace tres meses por sus compromisos deportivos”. Históricamente el deportista fue una persona de origen humilde, sin estudios, donde su puerta al futuro pasaba por sus éxitos deportivos. Historia, allá debería quedarse tal estereotipo.
No sé si la niña ha seguido estudiando o simplemente dejó de estudiar. Lo que sí sé es que en pleno siglo XXI nuestros deportistas no pueden repetir errores del pasado. Podría citar decenas, cientos, casi miles de deportistas que después de tocar la gloria, de ser dioses de su deporte, el destino dejo de sonreírles. Mejor, prefiero citar algunos ejemplos de aquellos que no sólo estudiaron el bachillerato, sino que incluso fueron algo más allá.
Porque terminar el bachillerato es el paso intermedio mínimo para que una vez finalizada la carrera puedan orientar su vida a una etapa productiva con perspectivas de largo plazo. La jubilación de un deportista es, por las propias características de su actividad, prematura. Eso lo hace particularmente difícil, y lo será más si no están preparados para continuar siendo productivos. Pocos, muy pocos, son los que con 30 o 35 años pueden retirarse a disfrutar de la playa para el resto de su vida. Y aún en esos casos, buscan proyectos, actividades para ocupar su tiempo.
En los países desarrollados el estudio es parte fundamental de la formación deportiva. Víctor Valdés, arquero de múltiples títulos en el Barcelona, acaba de ser despedido como entrenador del Juvenil A. Un equipo compuesto por jóvenes que ya cobran sumas interesantes de dinero. Uno de sus pecados fue cambiar el horario de entrenamiento de sus jóvenes aspirantes a estrellas. Ello dificultaba a los muchachos cumplir con su obligación escolar. Los padres se quejaron. En el Barcelona, de lo más grande del deporte mundial, los padres, el club, los mismos jugadores, entienden que hay que seguir estudiando.
Decía que mejor nombrar ejemplos de aquellos que fueron más allá. En Colombia recordamos a Maturana y Congo, ambos odontólogos, aún siendo profesionales de primero nivel. En España siempre me llamó la atención el caso de Butragueño, la mega estrella del Real Madrid en los años ochenta. Su evidente dedicación de tiempo completo al Madrid no fue obstáculo para que cumpliera con los requisitos para graduarse como economista. Una vez se retiró, estudió gerencia de entidades deportivas en la Universidad de California, Los Angeles (UCLA). Hoy, y hace varios años ya, es un alto ejecutivo del Real Madrid. Más recientemente, Nicolás Vikonis, arquero del Millos campeón, estudió sicología gracias al impulso de su padre aún cuando ya era un joven que despuntaba en el fútbol uruguayo.
El caso de Linda no es único en Colombia. Es un problema que debe superarse. Pero en su caso, América debió ponerle un profesor, facilitarle el transporte, tratarla como la estrella que despunta. Dejarla sin estudiar debería dar para sanción. Al menos moral.