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En 1893 el escritor británico Silas Hocking estaba indignado: “lo que fue originalmente un pasatiempo se convirtió en un negocio que apesta con todo tipo de abuso y degradación” se quejaba. No me equivoqué, a finales del siglo XIX. No puede uno imaginarse qué pensaría si viera lo que es hoy la industria del balón.
El fútbol cambió para siempre con la elección del brasileño Joao Havelange para la presidencia de la FIFA en 1974. El brasileño tuvo la visión de la que careció su antecesor, el flemático y tradicionalista inglés, Sir Stanley Rous. Havelange recogió el descontento del fútbol africano, despreciado por FIFA hasta entonces, y prometió incorporarlos al fútbol mundial. Para ello expandiría el mundial a 24 países, inventaría torneos nuevos a disputar en el tercer mundo futbolero, y de la mano de Horst Dassler y Adidas comercializaría el fútbol como nunca antes. No en vano el primero mundial Sub 20 fue en Túnez, el segundo en Japón.
Así fue que se pasó de 16 a 24 países en el Mundial de España ’82. Pero para reelegirse se requiere mermelada. De cara al proceso de 1994 Havelange repitió lo del ’74. Prometió expandir e invitar más países africanos, asiáticos y caribeños. Allí están los votos. Ganó y en Francia 1998 ya jugaron 32 equipos. La mermelada de Blatter fue de otro sabor. En cambio hoy, la de Infantino –actual presidente de FIFA–, el sabor recuerda la de Havelange.
Deseoso de permanecer en el trono promete un mundial de 48 equipos en 2026 (aunque aspira a implementarlo en 2022). Con la promesa de ingresos por US$25.000 millones por el Mundial de 48 equipos y un mundial de clubes cuatrienal de 24 equipos, Infantino está dispuesto a todo. Mientras tanto los clubes más ricos de Europa trabajan para crear una “mega-Champions” que controlen ellos, no la UEFA. Aún a costa de las centenarias ligas domésticas.
El problema del fútbol actual no es la comercialización. El problema es que los dirigentes ven dinero, no fútbol. Los proyectos de clubes terminan concentrando los recursos en los mismos equipos que hoy, desde hace ya más de una década, dominan el fútbol mundial: unos pocos equipos europeos. Los jóvenes de Asia, África y América se olvidan de su fútbol, y se vuelven “hinchas” del Barcelona, Madrid o Liverpool. Los torneos locales cada vez naufragan más en su mediocridad organizativa y la incapacidad técnica de los actores.
La llegada de 48 equipos al Mundial le quita la mística de lo inalcanzable. Lo escaso es valioso. La democratización de la Copa de Europa terminó segregando a los más pobres hasta el punto que los más ricos quieren hoy su competición donde no se codeen con “la chusma”. Los España – Tahití (recuerdan aquel 10 – 0) repetidos en mundiales son la semilla para acabar con el patrimonio de FIFA y de nosotros los hinchas: el mundial de fútbol.