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En tiempos no muy lejanos, el partido más importante de cada país, el más seguido, el más comentado, era el clásico local. En Escocia nada batía un Celtic – Rangers, en los Balcanes un Partizan – Estrella Roja, en Argentina un Boca – River o en Brasil, en Rio al menos, un Flu – Fla. En Colombia los clásicos eran incluso más locales. En Bogotá primó siempre el Millonarios – Santafe, y en Cali el América – Cali. La globalización ha traído al fútbol unas externalidades inesperadas. De unos años para acá el mundo se paraliza para seguir el clásico español: Real Madrid – Barcelona.
Por más de 100 años ha sido el clásico español por excelente. Con el permiso de Athletic de Bilbao y el Atlético de Madrid en ciertas épocas, Madrid y Barcelona siempre se han visto como el gran rival a batir. La rivalidad, entre el centro y la periferia española le dio un matiz único al gran clásico español. Y siempre el árbitro fue protagonista, según los intereses, para un lado o para el otro.
Cuando el Real Madrid perdió 3 – 0 en 1943 en Barcelona, el ABC, diario madrileño y madridista de siempre, escribía: “ni fútbol, ni juego, ni monsergas. Choques y violencia recíprocas, con una desventaja enorme para el Madrid”. La prensa catalana, por supuesto no se queda atrás. En 1970, mientras el mundo disfrutaba del Mundial de México 70, en España escribía El Mundo Deportivo de Barcelona que “el árbitro puso K.O. al Barcelona en la Copa”. El Madrid, concluyen “-tal vez pura cuestión de azar, si nos atenemos a las estadísticas veremos que es un equipo que a lo largo de la temporada manipula un florete de ‘penaltys decísivos’ realmente singular”.
No hay prensa en el mundo más parcial que los diarios deportivos de Madrid y Barcelona. AS y Marca son forofos seguidores del Real Madrid. Diario Sport y Mundo Deportivo del Barcelona. El Internet los ha hecho accesibles al mundo entero. A ello se suma que disponen de los futbolistas más selectos del orbe fruto del desigual trato de los contratos de televisión en España que han favorecido durante años al Madrid y el Barça. Además, cuentan con un gran aparato propagandístico. Desde abril comienzan unos y otros a promover a sus estrellas para ser el balón del oro. La maquinaria es efectiva. El podio del balón FIFA, entre 2010 y el 2016 (éste último con nuevo nombre), sólo ha contado con tres futbolistas externos a los dos gigantes españoles. Ninguno, por supuesto, en lo más alto.
Las victorias 6-1 del Barcelona al PSG y 4-2 del Madrid al Bayern son el último ejemplo de la expansión al planeta entero de la centenaria lucha futbolística entre Castilla y Cataluña. Hoy día, sin entender por qué, todos tenemos que denigrar del blanco o el azulgrana, azotados sin piedad por la sedienta prensa deportiva española. El fútbol ha crecido al amparo del error humano. Hay evidencia estadística que muestra que los árbitros tienden a ser localistas, y que los afecta la presión. Y no requerimos de mayor prueba para saber que suelen equivocarse en contra del débil. Pero cuando se equivoca contra ellos (o a favor del rival), las lágrimas que derraman en sus escritos unos y otros ponen en pie del lucha al mundo del balón. Tal es su poder. Quizás, a medida que Ronaldo y Messi se hacen mayores, haya llegado la hora de emanciparnos de tal poder. Disfrutar del gran fútbol español es una cosa. Participar en sus disputas partidistas, otra.