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Colombia ha disputado a lo largo de su historia 508 partidos. Tal número ha sido insuficiente para trascender más allá de las ilusiones del hincha colombiano. El Mundial de Brasil es una nueva oportunidad de entrar al libro dorado del fútbol mundial. Calidad hay para ello. Pero la historia nos mira con desdén. Históricamente Colombia no llega a empatar su partido promedio: 1,21 goles a favor, 1,22 en contra.
La gráfica, que ya hemos descrito y utilizado antes, mediante técnicas estadísticas, construye y suaviza la tendencia de la diferencia de goles como indicador de desempeño. Por ejemplo, el 5 de septiembre de 1993, el día del 0-5 frente a Argentina, Colombia tocó techo. Estaba, literalmente, en la cresta de la ola con una diferencia de goles a favor de más de 1 gol por partido.
Las últimas participaciones mundialistas, sin embargo, nos pillan cuesta abajo. Sucedió en 1990 cuando, paradójicamente, la tendencia alcanzó su punto más bajo el día del recordado partido frente a Alemania. En 1994, el equipo que partía favorito fue humillado por rumanos y gringos. Sin notarlo, la selección había llegado meses después de su pico de rendimiento. La imagen de Francia ’98 son las lágrimas del arquero Mondragón. Aquel llanto, el día que Inglaterra derrotó y eliminó a Colombia, escenificó a la perfección el fin de una generación. Como indica la gráfica, se había tocado fondo.
A pesar del pobre desempeño Leonel Álvarez, la verdad es que, como se ilustra en la gráfica, Pekerman tomó el mando de la selección en un período de recuperación. El impulso inicial de su gestión fue clave para clasificar al Mundial. Pero se tocó techo el 12 de octubre de 2012, tras derrotar a Paraguay. En aquel momento la tendencia de la diferencia de goles llegó a ser de 1,3 goles a favor. Nunca antes fue tan alta.
Todo lo que sube baja. Pero desde entonces Pekerman se ha mostrado incapaz de revertir la tendencia decreciente. La selección no juega bien y no se llega al Mundial, _a priori,_ lo fuerte que se quisiera. Ese es el reto del seleccionador, hacer la de Italia: llegar mal, con perfil bajo y regresar llenos de éxitos.
Afanados en no autoproclamarnos campeones del mundo como hicimos en 1994, quizás no nos estamos exigiendo. Los analistas del mundo entero ven a nuestro grupo como aburrido, sin emoción, pero siempre con Colombia en la segunda fase. Es el objetivo mínimo. Grecia es el primer paso.