Tags: Amelia Bolaños; Guerra del fútbol; Mundial 1970; Rigoberto la Shula Gómez; Ryszard Kapuscinski
El fútbol de selecciones es una réplica a pequeña escala de las rivalidades que a lo largo de la historia se han ido creando entre las naciones. Unas son puntuales, otras de larga data. Algunos enfrentamientos, incluso provocaron muertos. El caso más notorio es la bautizada por el reportero polaco Ryszard Kapuscinski la “guerra del fútbol”. El nombre es diciente, pero no hace total honor a la verdad. Rumbo a México ’70, tras sendas victorias de local, Honduras y El Salvador se vieron obligados a disputar un partido de desempate en Ciudad de México. En tiempo extra El Salvador ganó 3-2 y clasificó por primera vez en su historia a un mundial de fútbol.
Al finalizar el partido, Armando Velásquez, coronel hondureño, informó a los jugadores que Honduras había roto relaciones diplomáticas con El Salvador y que posiblemente habría una guerra. Dos semanas después, el 14 de julio de 1969, el ejército salvadoreño cruzó la frontera y llegó a vislumbrar la posibilidad de alcanzar Tegucigalpa. Días después la mediación de la Organización de Estados Americanos frenó la barbarie logrando imponer un alto al fuego que entró en vigor el 20 de julio. Las cifras de muertos varían según la fuente, pero oscilan entre 2.000 y 6.000 muertos.
El origen del conflicto radicó en los más de 100.000 salvadoreños que trabajaban el campo hondureño en precarias condiciones. Si los salvadoreños se quejaban de maltratos y abusos, los hondureños los acusaban de quitarles la oportunidad de trabajar en su propio país. Si por un lado los campesinos salvadoreños habían sido forzados a emigrar, por el otro la reforma agraria de 1969 en Honduras los expropió y expulsó de vuelta a El Salvador. La prensa, nacionalista ella, impulsada por los respectivos gobiernos, atizaba en contra del otro país. La tensión en la frontera estaba servida.
Cuando el 8 de junio de 1969 Honduras recibió a El Salvador para el partido de ida de una eliminatoria decisiva para acudir al mundial la situación era ya muy volátil. Futbolísticamente era una oportunidad única de acudir a un mundial pues la gran potencia del norte, México, estaba clasificada de oficio por ser el país anfitrión. La afición local, en una tradición aún no olvidada en América Latina, no dejó dormir a la expedición salvadoreña la noche antes del encuentro. Aun así el empate inicial se rompió apenas a falta de un minuto para concluir el encuentro. Honduras ganó 1-0. A kilómetros de distancia el gol tuvo consecuencias inesperadas. La joven salvadoreña de 18 años, Amelia Bolaños, corrió hacia el escritorio de su padre en busca de la pistola que allí se guardaba. Apuntó y se disparó directamente al corazón. No había soportado la humillación de la derrota.
La muerte de Amelia fue mediatizada en El Salvador. Su funeral se transmitió por televisión. El ataúd, cubierto por la bandera salvadoreña, fue escoltado por el presidente, los ministros y el equipo de fútbol. Había sed de venganza. La llegada de la selección hondureña a El Salvador fue propia de un circo romano.
Rigoberto _la Shula_ Gómez, jugador hondureño, recuerda que el diario ‘El Mundo’ de El Salvador les tomó una foto en el aeropuerto. Posteriormente editaron la foto, les pusieron huesos en la nariz. Habían llegado caníbales a El Salvador sugería el periódico.
La afición respondió a la incitación de los medios. Además de los tradicionales cánticos y gritos para no dejar dormir al rival, la hinchada salvadoreña puso en el hotel donde se hospedaba la selección catracha ratas muertas y huevos podridos. La presión se hacía insostenible.
Los jugadores hondureños pasaron la noche en la azotea del hotel. Poco pudieron dormir. Al estadio llegaron escoltados por el ejército. A lo largo del camino los aficionados mostraban al enemigo fotos de su mártir: Amelia Bolaños. La bandera hondureña nunca fue izada durante el partido. Se quemó delante del público y en su lugar se izó un trapo sucio. Aquella batalla la ganó El Salvador 3-0.
De vuelta en Honduras, felices los jugadores por haber perdido apenas el partido, no las vidas, el sentimiento de venganza surgió entre los catrachos. Salieron escuadrones a las calles a buscar salvadoreños. Lincharon y mataron inocentes.
Tras el triunfo de El Salvador en el partido de desempate el nacionalismo se avivó. El gobierno y la prensa de ambos países atizaban al pueblo. El 14 de julio la aviación salvadoreña bombardeó Tegucigalpa. La retaliación fue inmediata. Se crearon campos de concentración en Honduras para los miles salvadoreños que allí vivían. El estadio de fútbol, donde congregaron miles, fue testigo de atrocidades.
El fútbol no fue más que una cortina de humo para hacer olvidar los problemas internos. La guerra del fútbol debería llamarse la “guerra de la presión demográfica”. El Salvador con una extensión cinco veces menor que Honduras tenía casi 3.500.000 de habitantes. La población hondureña no llegaba a 2.400.000. La salida natural fue emigrar. El fútbol no fue la causa, apenas fue la mecha.