Tags: Barcelona; Brasil; Brasil 2014; Brasil 70; Brasil 82; España 82; Francia 1998; Guardiola; Italia 90; Maracanazo; Mundial 2002; Mundial 2006; Mundial 2014; Neymar; Santos; Telé Santana; Uruguay
La derrota más dolorosa de Brasil, para los brasileros, no cabe duda, fue la del Maracanazo en 1950. Aquel día Brasil debió quedar campeón del mundo. No fue así, perdió 1-2 contra Uruguay. De esa derrota se ha escrito mucho. La consecuencia más visible fue el cambio de camiseta. Hasta ese mundial, Brasil jugaba de blanco. A partir de ahí cambió a la ya legendaria camiseta amarilla con ribetes verdes y pantalón azul.
Pero la derrota más dolorosa de Brasil para el resto del mundo, para todos aquellos que crecimos encimismados por la gloria del jogo bonito fue la que ocurrio en el Estadio de Sarria, en Barcelona, el 5 de julio de 1982.
Esa generación, mi generación, creció con la leyenda del Brasil de Pelé. Aquel que no vimos jugar, pero cuya leyenda aún cubría el manto futbolístico en todo el planeta. Brasil era arte y, de la mano de Tele Santana llegó al mundial de España 82 con una sola premisa: jugar bonito y, de pasó, ganar.
Socrates, recuerdo, decía el día anterior a ese partido que “cada partido era como un partido en la playa”. Pero ese día, el 5 de julio perdió. Fue la primera y única vez que he llorado frente a un televisor por un partido de fútbol. Quizás, viendo lo que vendría después, debí llorar más.
Tele Santana dirigió también la selección en México 86, pero un equipo menor comparado con el de cuatro años atrás. Aún así, jugó hermoso y cayó, en penales, con Francia en cuartos de final. Ese día no lloré, pero no dormí tampoco. El fútbol me enseñaba que el mundo es injusto.
Llegó el mundial Italia 90 y todos nos preparamos para ver a Brasil. Un equipo renovado, que venía de ser campeón de América. Pero en Brasil habían cambiado. Seguían bailando samba, pero la alegría desapareció. Las derrotas de España y México, jugando al ataque, a ganar, los había convencido que ese no era el camino. En Italia quedaron eliminados, pero en 1994, con un fútbol rácano, donde Dunga, un obrero del fútbol era el líder, Brasil quedó campeón.
Celebramos, cierto, pero ese equipo nunca llenó la retina. Después, con grandes cracks, pero con un equipo armado “a la europea”, Brasil fue segundo en Francia 1998 y campeón del Mundo en 2002. Las derrotas de 2006 y 2010, donde pasaron sin pena ni gloria, parece haberles hecho abrir los ojos nuevamente. Las victorias no llegaron por armar equipos “a la europea”, llegaron porque las individualidades eran jugadores fuera de serie. Cuándo estos se jubilaron, las victorias se evaporaron.
Pero, la alegría, como dice la canción, podría volver a ser brasilera. Brasil prepara con ilusión el mundial 2014, aquel que va a jugarse en la tierra del jogo bonito. Pero eso es mito. Hace años Brasil no juega bonito. Y tampoco los resultados los acompañan.
En diciembre pasado, el buque insignia brasilero, el Santos de Neymar, fue arrasado por el Barcelona de Guardiola. A diferencia de Mourinho y seguidores, en lugar de negar la superioridad del rival, la asumieron y entendieron, por primera vez en años que sí, que se puede ganar jugando al fútbol, bonito, como ellos lo hacían años atrás. También se puede perder, cierto, pero la sangre, la genética brasilera pide baile, no ladrillos.
El desespero llegó a tales niveles que en algún momento se pidió por las redes sociales, twitter y facebook la contratación de Guardiola a la selección brasilera. No pasó, ni nunca hubo oportunidad real de ello. Primero porque Guardiola tenía otros objetivos en mira, segundo porque en Brasil no están preparados para un entrenador extranjero. Pero ojalá fuese el principio del fin del oscurantismo del fútbol brasilero. Que bonito sería ver a Brasil jugando a ganar en su propio mundial, al ataque. La ilusión no se pierde.